Otra vez, de nuevo. No se sabe qué duele más: las voces que callan o las armas que hablan. Es deber patrio no olvidar, por siempre recordar. No, todavía no es hora de hablar de diálogos, de tolerancia. Es hora de señalar responsables. Cobardes y asesinos bailaron su danza brutal en la Alma Máter; Crudos amigos de la represión penetraron violentamente el Mundo que enseña del mundo:
Septiembre 15. Día del horror. El Esmad ingresó a
Y cual saltimbanqui no falta el oprimido que sale a gritar en las calles y en las redes sociales que el movimiento de
Cuál 11 de septiembre, cuáles terroristas. Aquí hubo, hay y permanecerá un 15 de septiembre en la memoria. Aquí hay víctimas, oprimidos y silencio. De este estado trágico, oscuro y desgarrador sólo se puede salir en grupo. Disolver la masa que se autocensura en gritos de ignorancia y llega a concebir la violencia como un mecanismo razonable para acabar con los conflictos. Es también la hora de unirnos y custodiar nuestro templo, a nuestra manera. Es nuestro conocimiento, es el momento de estallar una revolución del conocimiento.
Quién dice que el problema es
Poder, rey de esta tragedia, señor de las mentiras. Vos que todo lo inventás, que a todos callás, haz un juramento a la verdad y vocifera lo que tratas de hacer. ¡Oh, no! Escuchamos muy bien desprevenido lector. El poder trata de coercionar las manifestaciones, de maniatar a quiénes su teoría del miedo no absorta. Por eso es momento de estallar la revolución del conocimiento, de no permitir ni concebir que la violencia se tome nuestro templo del saber.
Ese es el problema, las balas y las palabras no se entienden. Las primeras actúan por instinto, las segundas fundan su vida en la razón. No se puede querer diálogo y decir que los señores de la muerte entrarán a