domingo, 19 de septiembre de 2010

LA TARDE DEL NO OLVIDO

Otra vez, de nuevo. No se sabe qué duele más: las voces que callan o las armas que hablan. Es deber patrio no olvidar, por siempre recordar. No, todavía no es hora de hablar de diálogos, de tolerancia. Es hora de señalar responsables. Cobardes y asesinos bailaron su danza brutal en la Alma Máter; Crudos amigos de la represión penetraron violentamente el Mundo que enseña del mundo: la Universidad de Antioquia.

La Universidad de Antioquia. Alma Máter. El orgullo público de los paisas. ¿Público? Sí, público. No sólo porque a gritos todos canten ¡Qué viva la Universidad!, sino porque es una universidad de carácter público. Ese público va más allá de que todos podamos ingresar a ella, ese público se refiere a que a todos nos pertenece, a que todos tenemos la libertada de estar allí y disfrutar de la diversidad como la madre del conocimiento. Por eso la indignación de hoy, la rabia contra la crudeza del silencio.

Septiembre 15. Día del horror. El Esmad ingresó a la Universidad. Cómo será de pública el Alma que hasta la violencia, la brutalidad y la ignorancia irrumpieron en ella y comenzaron la custodia. ¿Desde cuándo la ignorancia custodia el conocimiento? Desde siempre, desde que las voces de manifestaciones pacíficas son acalladas con gases, golpes y humo.

Y cual saltimbanqui no falta el oprimido que sale a gritar en las calles y en las redes sociales que el movimiento de la U les importa un bledo. No falta el ignorante que en la cara de la tragedia vocifera: Terroristas. No falta el gobernante que ante los medios dice que su orden prevalecerá por encima de cualquier terrorista que reclame el derecho a la expresión.

Cuál 11 de septiembre, cuáles terroristas. Aquí hubo, hay y permanecerá un 15 de septiembre en la memoria. Aquí hay víctimas, oprimidos y silencio. De este estado trágico, oscuro y desgarrador sólo se puede salir en grupo. Disolver la masa que se autocensura en gritos de ignorancia y llega a concebir la violencia como un mecanismo razonable para acabar con los conflictos. Es también la hora de unirnos y custodiar nuestro templo, a nuestra manera. Es nuestro conocimiento, es el momento de estallar una revolución del conocimiento.

Quién dice que el problema es la TIP. No. El problema es el miedo, el gran cómplice del poder. Ese que ha hecho que los movimientos estudiantiles pierdan credibilidad y se reduzcan a la palabra favorita del dictador: terroristas. El asqueroso olor de la ignorancia ronda por la cuidad universitaria. Al Estado le dejaron de importar las carreras humanistas, quieren obreros. Sí, obreros callados que no exijan derechos humanos; obreros que trabajen y construyan el desarrollo económico de un pueblo agobiado. ¡Vaya contradicción!

Poder, rey de esta tragedia, señor de las mentiras. Vos que todo lo inventás, que a todos callás, haz un juramento a la verdad y vocifera lo que tratas de hacer. ¡Oh, no! Escuchamos muy bien desprevenido lector. El poder trata de coercionar las manifestaciones, de maniatar a quiénes su teoría del miedo no absorta. Por eso es momento de estallar la revolución del conocimiento, de no permitir ni concebir que la violencia se tome nuestro templo del saber.

Ese es el problema, las balas y las palabras no se entienden. Las primeras actúan por instinto, las segundas fundan su vida en la razón. No se puede querer diálogo y decir que los señores de la muerte entrarán a la Universidad cuando sea necesario. Si la vida universitaria es libre, la sociedad del mañana también lo será. Querido lector, esto no es un editorial evangelizante, es la sangre de la Madre que fue desagarrada, el sudor del hombre que debió correr ante los gases y las lágrimas de todos los que no soportamos una violación más ante nuestros ojos. No soportamos otro 15 de septiembre. Esto es una invitación al recuerdo y a la protesta.

jueves, 9 de septiembre de 2010

UN SORBO CON GONZALO ARANGO

–Esas fotos en blanco y negro, las personales en particular, me entristecen. Reacción relativamente normal. Lo desconcertante es que sean las más recientes, las que agudicen ese sentimiento de añoranza, hasta el punto de quitarme el habla durante días. No puedo evitar verme 40 años mayor, echando de menos el presente.

Gonzalo Arango acercó la taza a sus labios, pero no llegó a sorber el café, únicamente inhaló su aroma. Era un placer infantil que se le hizo costumbre. No recordaba haberlo bebido nunca. Gonzalo Arango…

–40 años mayor, lejos de este presente, de estos días próximos que aún no he vivido y que habrán pasado de mí sin darme apenas cuenta. ¡¿Por qué, cuantos más años tengo todo se hace cada vez más fugaz?! Mi niñez duró algo cercano a una eternidad; la adolescencia, menos de lo que hubiese querido. El resto se parece a un recuerdo ajeno, a las anécdotas de un amigo.

Miró a sus tres colegas, con quienes se reunía todos los jueves en el café de siempre. Desde un principio, acordaron que en cada sesión sólo uno tomaría la palabra. Tenían otros grupos para conversar. Gonzalo Arango…

–Estoy casi seguro de que tiene que ver con la concentración. A mis 37 años he remplazado la edad por la relatividad del tiempo y es indiscutible que fui niño hace uno o dos días. Y es porque ahora no me concentro en el presente. Mis acciones las realizo pensando en el pasado y en el futuro, en el por qué y para qué, y lo que hago no dura, no se ensancha en el instante.

Su mirada contempló la nada y el brillo húmedo de sus ojos agregó unas cuantas palabras. Los tres colegas no perdieron detalle, escucharon todo. El camarero los interrumpió con una nueva ronda de cafés. Gonzalo Arango…

– ¿Estoy casi seguro? Es más probable que desee creerlo. Uno recuerda los sucesos de la infancia, pero no la forma de concebirla, de entender la razón de cómo eternizarla. Uno ahora sólo alcanza a especular, pero no hay certezas, porque un niño no analiza su circunstancia, simplemente se dedica a explorar cada segundo, sin ningún interés de cronometrarlo.

Sus tres colegas, aprovechando la pausa, se acercaron el café a los labios, pero no lo sorbieron, únicamente inhalaron su aroma. Era una costumbre aprendida de quien ese día tomaba la palabra. Gonzalo prosiguió…

–Y más allá de cualquier demostración, a favor o en contra, es evidente que…

Gonzalo, que iba a continuar la frase, abrió la boca, mas no salió palabra. Sus colegas se quedaron con un sutil sinsabor. El aroma del ambiente lo disipó. De vez en cuando, solían echar de menos el beber café. Gonzalo prosiguió…

– ¿En cuánto influirá que los adultos tengamos consciencia de nuestra existencia efímera? Si uno no pensara en ello, sentiría que es eterno y no tendría sentido fragmentar el tiempo. Toda acción duraría igual que otra. ¿Y la curiosidad? ¿El deseo? ¿El miedo? Al fin y al cabo es información que acelera o ralentiza cada momento. ¿La ignorancia te acerca a la eternidad del instante y el conocimiento a la intangibilidad del porvenir?

Perdido entre sus conjeturas y dudas –agobiado–, intentó dejar su mente fuera del alcance de la razón. Lo consiguió. Aunque él no lo entendió así. Sin pensar en lo que hacía, dio un sorbo al café. Ese instante duró toda su niñez.