–Esas fotos en blanco y negro, las personales en particular, me entristecen. Reacción relativamente normal. Lo desconcertante es que sean las más recientes, las que agudicen ese sentimiento de añoranza, hasta el punto de quitarme el habla durante días. No puedo evitar verme 40 años mayor, echando de menos el presente.
Gonzalo Arango acercó la taza a sus labios, pero no llegó a sorber el café, únicamente inhaló su aroma. Era un placer infantil que se le hizo costumbre. No recordaba haberlo bebido nunca. Gonzalo Arango…
–40 años mayor, lejos de este presente, de estos días próximos que aún no he vivido y que habrán pasado de mí sin darme apenas cuenta. ¡¿Por qué, cuantos más años tengo todo se hace cada vez más fugaz?! Mi niñez duró algo cercano a una eternidad; la adolescencia, menos de lo que hubiese querido. El resto se parece a un recuerdo ajeno, a las anécdotas de un amigo.
Miró a sus tres colegas, con quienes se reunía todos los jueves en el café de siempre. Desde un principio, acordaron que en cada sesión sólo uno tomaría la palabra. Tenían otros grupos para conversar. Gonzalo Arango…
–Estoy casi seguro de que tiene que ver con la concentración. A mis 37 años he remplazado la edad por la relatividad del tiempo y es indiscutible que fui niño hace uno o dos días. Y es porque ahora no me concentro en el presente. Mis acciones las realizo pensando en el pasado y en el futuro, en el por qué y para qué, y lo que hago no dura, no se ensancha en el instante.
Su mirada contempló la nada y el brillo húmedo de sus ojos agregó unas cuantas palabras. Los tres colegas no perdieron detalle, escucharon todo. El camarero los interrumpió con una nueva ronda de cafés. Gonzalo Arango…
– ¿Estoy casi seguro? Es más probable que desee creerlo. Uno recuerda los sucesos de la infancia, pero no la forma de concebirla, de entender la razón de cómo eternizarla. Uno ahora sólo alcanza a especular, pero no hay certezas, porque un niño no analiza su circunstancia, simplemente se dedica a explorar cada segundo, sin ningún interés de cronometrarlo.
Sus tres colegas, aprovechando la pausa, se acercaron el café a los labios, pero no lo sorbieron, únicamente inhalaron su aroma. Era una costumbre aprendida de quien ese día tomaba la palabra. Gonzalo prosiguió…
–Y más allá de cualquier demostración, a favor o en contra, es evidente que…
Gonzalo, que iba a continuar la frase, abrió la boca, mas no salió palabra. Sus colegas se quedaron con un sutil sinsabor. El aroma del ambiente lo disipó. De vez en cuando, solían echar de menos el beber café. Gonzalo prosiguió…
– ¿En cuánto influirá que los adultos tengamos consciencia de nuestra existencia efímera? Si uno no pensara en ello, sentiría que es eterno y no tendría sentido fragmentar el tiempo. Toda acción duraría igual que otra. ¿Y la curiosidad? ¿El deseo? ¿El miedo? Al fin y al cabo es información que acelera o ralentiza cada momento. ¿La ignorancia te acerca a la eternidad del instante y el conocimiento a la intangibilidad del porvenir?
Perdido entre sus conjeturas y dudas –agobiado–, intentó dejar su mente fuera del alcance de la razón. Lo consiguió. Aunque él no lo entendió así. Sin pensar en lo que hacía, dio un sorbo al café. Ese instante duró toda su niñez.
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