Pero este sábado es distinto, una luz diferente ilumina la ciudad; en una esquina tan común como las demás, están ellos, nuestros protagonistas, jóvenes, alegres, diferentes, seres irreverentes buscando su espacio en el mundo sin quitárselo a nadie, pretendiendo reflexionar sobre su realidad y sobre su Rionegro noctámbulo donde la noche les permite recorrer sus calles y olvidar los señalamientos de su sociedad.
Ese encuentro no se dio bajo las leyes del respeto, en primera instancia y como pretexto para las discusiones se exigió una requisa, con golpes y manotazos se intentó clasificar ese otro mundo, el que califican de desadaptado y peligroso para mantener “el orden”. En respuesta a esto, nuestros protagonistas, conscientes de sus derechos, reclamaron una explicación, a lo cual “los otros” solo respondieron con insultos y empujones; pareciera que en su conciencia no existiera la palabra respeto, que el poder que representa un uniforme les diera la gabela para acabar con la dignidad de las personas y tratarlas como escorias de la vida; se valen de instrumentos de humillación, infringen dolor para sentir una superioridad que solo está presente en su imaginación.
Nuestros protagonistas no solo fueron insultados y maltratados, el resultado de ser considerados diferentes fue un traslado desde su esquina, que aunque fría es acogedora, a un carro que con solo verlo pasar provoca miedo, zozobra e incrementa los señalamientos y prejuicios.
Y aunque muchos vieron esto, el viento fue el único que se atrevió a testificar, él sin miedo a represiones y a perder lo que no tiene, entendió lo que un viejo grafiti exponía en una vieja pared, asegurando que “si este sistema es la respuesta, fue una estúpida pregunta”.
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